lunes, 2 de julio de 2012

El fuego tiene mala prensa

Gracias al agua nos bañamos, nos hidratamos, nos refrescamos y divertimos. Gracias a la tierra comemos frutos y vegetales, nos organizamos distributivamente en el espacio, caminamos. Gracias al aire respiramos, nos ventilamos, volamos. Gracias al fuego nos calentamos y cocinamos. Aún así, el fuego tiene mala prensa. Difícilmente, como habitantes de ésta urbe, se nos inunde la casa, difícilmente un sismo nos resquebraje la casa y nos atrape, difícilmente el viento nos absorva en un tornado, pero mucho más plausible que todas esas cosas es que presenciemos un incendio alguna vez. Supongamos condiciones normales no calamitosas, el agua se mantiene quieta si está estancada, la tierra inalterable si no intervenimos, el aire perfectamente puede no producir movimiento, pero, ¿que hay del fuego? El fuego no puede no moverse, aún estando contenido en un espacio limitado, su propia naturaleza involucra movimiento ya que nunca es el mismo, tanto como involucra un fin mucho más próximo, ningún elemento tiene tan corta vida. Aunque, aún así, resulte ser al que más le tememos, dado su afán por expandirse tan fácilmente. Pongamos por caso la madera, quizá el material más noble, que consumida por el fuego se oscurece hasta quedar canosa en pocos instantes, y terminar esfumándose en pequeñas cenizas al viento como si allí nunca hubiera estado, qué familiar resulta ese fin para nosotros! Respetemos aquél fuego, aquella madera que deja su materialidad para darnos calor o cocer nuestros alimentos un domingo, disfrutemos observar al fuego renovarse todo el tiempo, descubriéndose distinto y tan igual a cada momento, perdámosnos un instante en un elemento que es tan fascinante como el resto y se muestra fenoménicamente como ninguno. Pues del todo claro está que no valoramos tanto al fuego como a los demás elementos, y es más, le tememos por sobre los otros. En suma, me parece, el fuego tiene mala prensa.

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