domingo, 27 de septiembre de 2009

Sentí el despertador sonar

Sentí el despertador sonar, era temprano, pero lo más tarde que había calculado debía levantarme. Me quedé dormitando por escasos minutos, como acostumbro hacer, mientras sentía la lluvia caer, el sonido del pasar de los autos sobre la calle mojada, el viento correr.

Me veía levantándome, pensando en todo lo que debía hacer, me veía durmiendo un ratito más, con la excusa de la lluvia, con la excusa de concluir lo que venía soñando, o quizá ver un poquito más.

Mirando el reloj, dirimiéndome entre quedarme un minuto más o uno menos, pestañé aletargadamente y sin más, volví a abrir los ojos, volví a ver la hora, y el reloj, frío y omnipresente, marcaba, desinteresado por mi perplejidad, que habían pasado 2 horas desde ese instante previo a mi pestañar. Lejos de toda preocupación, disfrutando de la melodía que me estaba ofreciendo el viento, la garúa, el pasar de los autos sobre la calle mojada, y el silencio del domingo a la mañana, me levanté con una sonrisa, mezcla de complaciencia y picardía, esas dos horas había soñado un poco más, y también me habían comprimido mis quehacereces para este día a dos horas menos.

Miro por la ventana, a varias horas ya de haberme levantado, garúa finito, creo que es un buen momento para salir a la calle, aunque... el colchón me llama a cantos de sirena...

martes, 15 de septiembre de 2009

Escucho el sonido de mis pasos al andar.

Escucho el sonido de mis pasos al andar, miro menos hacia atrás, miro más hacia adelante. Miro hacia atrás con una mirada menos crítica, más comprensiva, un poco menos nostálgica. Miro hacia adelante con una mirada soñadora, orgullosa por cosas que todavía no conseguí, encandilada por cosas que no puedo dejar de ver.

Siento mis pasos al andar, soy más conciente de mi conexión con la tierra en cada pisada, me maravillo cada vez más cuando tengo un pie en el aire, que no puede evitar volver a tocar tierra, para seguir caminando, cada vez con más energía, con más entusiasmo, con pasos largos y acelerados, como intentando no perder el envión de ese trascendental paso que dió inicio a mi marcha, con pasos relajados, como tomando carrera para el salto que me impulse más.

Observo el paisaje a medida que gano terreno, lo contemplo y sigo.

Me pregunto menos, pero con más objetividad. Me repregunto menos, ahora tengo respuestas en las que creo más. Me repito cada respuesta al andar, con cada paso, casi musicalmente. Anido una pregunta a cada respuesta, e intento vislumbrar que baldosas debo pisar, de camino a contestarla.

Me concientizo de los pasos andados, y no importa cuanto tiempo lleve caminando, siempre me parece más lo que tengo por andar, que lo ya recorrido. Diviso un hermoso paisaje a lo lejos, quizá el más hermoso que he visto jamás, que me llama desde lo más profundo de mí mismo, el camino hacia él parece eterno, pero no dudo, ni por un instante, en dejar de andar.

El clima es propicio, y si llueve, me frenaré a tomar agua. El día parece terminar, y si anochece, no me preocuparé, para mí, dentro de mí, sigue siendo de día.

Y la luz, esa luz que hace que brille tanto ese paisaje tan maravilloso y fascinante, tiene tanto que ver con la luz que está dentro mío, aquella que intento exteriorizar con cada paso, que no podría imaginarlas escindidas la una de la otra, nacieron para encontrarse, y en su confluencia, está mi sol.

Escucho el sonido de mis pasos al andar, los miro menos, los siento más.